El concepto de estimulación temprana, referido a la educación infantil, y que también puede denominarse como “estimulación precoz” o “atención temprana”, tiene que ver con una serie de técnicas para el desarrollo de las capacidades de los niños en su primera etapa de la vida, que normalmente se comprende entre su nacimiento y los seis años.
Normalmente, todos los métodos que pueden llegar a encuadrarse dentro de la estimulación temprana, tienen que ver con la intención de corregir en los pequeños trastornos reales o potenciales en su desarrollo, en algunos casos, o bien para estimular capacidades compensadoras.
En cualquier caso, cualquiera de las técnicas que se lleven a cabo deben contemplar al niño en su forma global, es decir, teniendo en cuenta no sólo las aptitudes que demuestre por sí mismo, sino también el ambiente en el que se desempeña, conformado casi siempre por la familia y el entorno.
La estimulación temprana cuenta con la gran ventaja de que en estos primeros años de vida, el niño se caracteriza por un alto grado de lo que se denomina “plasticidad neuronal”, es decir, las funciones del cerebro que le permiten adquirir procedimientos básicos, como el control postural, la marcha o el lenguaje.
Para el correcto desarrollo de estas facultades, se debe tener en cuenta la intervención de dos factores. El primero de ellos son los genes, que establecen la base de capacidades propias de cada individuo desde su llegada a la vida; y los segundos son los contornos ambientales, justamente sobre los cuales intervienen este tipo de programas, estimulando o inhibiendo según cada acción del pequeño.
Dentro de los factores ambientales sobre los que trata la estimulación temprana podemos mencionar los biológicos, como el estado de salud general, su nutrición, etc.; y los psicológicos, sociales y culturales, como sus vínculos afectivos, su interacción con el ambiente, y demás.
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